UN DILEMA. LA RESPONSABILIDAD DE LOS TESTIGOS.
1 .EL CASO.
1.1 LA VÍCTIMA.
“Me llamaba Catherine Genovese, pero todos me conocían como Kitty. Tenía 29 años y vivía sola en mi apartamento del barrio de Queens, en Nueva York. Aún no había cumplido los 29 cuando fui asesinada el 13 de Marzo de 1964. Eran las tres de la madrugada cuando alguien me atacó con un cuchillo en mi propia calle. Aunque la puñalada no me mató al instante, nunca conseguí llegar a mi apartamento. Intenté escapar durante los 35 minutos siguientes. Grité, pedí ayuda, pero nadie llamó a la policía hasta que mi asesino se fue. Mis vecinos, todos y cada uno de los 38 testigos, se quedaron paralizados tras las ventanas de sus apartamentos. Tuvo que pasar media hora hasta que alguien llamó a la policía. Para cuando llegaron los servicios de emergencia no me podía mover, ya había fallecido”.
El caso de Kitty Genovese es un caso real. Conmocionó a la sociedad neoyokina del momento. Provocó que se empezara a preguntar qué había pasado para que todos los vecinos hubieran dejado morir a la joven víctima y qué responsabilidad tenían. ¿Por qué esa indiferencia ante una persona indefensa que pide ayuda? ¿Por qué tuvo lugar esa inhibición de la ayuda? ¿Por qué nadie acudió a su llamada si todos la habían oído?
No es un caso aislado. Todos los días encontramos situaciones similares cuando las cámaras de seguridad de un metro, de un centro comercial o de un cajero graban el ataque a una persona en una plaza, en un vagón, en una estación o en una calle concurrida. ¿Qué ha pasado en la conciencia de los testigos? ¿Ha tenido mala suerte Kitty al no dar con buenos vecinos o es algo que nos pasaría a todos? ¿Son co-responsables de su muerte al haberla dejado morir? ¿Somos responsables de los resultados de nuestras omisiones o solo de lo que hacemos, es decir, de nuestras acciones directas? Aunque los vecinos no tuvieran la intención de matarla, ¿son responsables de este resultado al no haber hecho nada para impedirlo?
- 2. EL OTRO PUNTO DE VISTA.
“Es la madrugada del 13 de marzo del 64. Me parece oír unos gritos. No estoy muy seguro de lo que está ocurriendo. No sé qué ha sido ese ruido. A mí me parece que alguien está pidiendo ayuda, pero no veo a más vecinos en la calle…Tengo dudas. Quizás yo soy un exagerado. Si quienes viven cerca no se han dado cuenta, si no han detectado nada raro, quizás han sido imaginaciones mías. ¡Qué vergüenza salir a la calle en pijama para nada! Podría llamar a mi vecino del apartamento de al lado; pero, ¿qué le digo? ¿Y si no está despierto? Necesito alguien que me confirme lo que me ha parecido escuchar. No quiero llamar a la policía para nada y meterme en un lío. Tampoco sé quién será esa persona…¡Qué tonto soy! ¡Pero qué ingenuo! Plantearme salir a ayudar a un extraño, ¡en Queens! Al fin y al cabo no conozco a esa persona. ¡A saber qué ha pasado y por qué está en la calle a esas horas! Nueva York puede ser una ciudad hostil. No quiero salir y que me ataquen a mí o que sea una trampa para asaltarme. Uno tiene que mirar por sí mismo. Hay que ser prudente…Ya no he vuelto a oír gritos, así que quizás la persona ha conseguido solucionarlo por sí misma. No hay que ser entrometido.
En efecto, los vecinos de Kitty actuaron como era de esperar, según distintos estudios. La psicología social nos dice que tendemos a ayudar solo a los que conocemos, a quienes creemos que no pueden defenderse por sí solos y en situaciones en las que estamos seguros de que podremos salir airosos. El problema es que la mayoría de las situaciones en las que alguien necesita ayuda suelen ser ambiguas. Es difícil saber si se trata de una trampa, si es grave o si es una falsa alarma, hasta que no hayamos tomado la decisión de arriesgarnos y acudir a ayudar.
En casos como el de Kitty se da el llamado “efecto del espectador”. Consiste en que cuantas más personas son testigos de una emergencia, menor es el porcentaje de las que acuden a ayudar. ¿Por qué ocurre esto? Fundamentalmente porque quien presencia un peligro en un lugar público tiende a creer que no depende de él, o solo de él. La responsabilidad se divide entre todos los presentes hasta llegar al diluirse. A esto se suma nuestra imagen social. No queremos parecer exagerados, ni hacer el ridículo, y mucho menos si se trata de salir en bata al descansillo a las 3 de la mañana, como ocurre en este caso. Así que, si no tenemos la certeza de que el resto valora la situación como una emergencia, no seremos los primeros en actuar como si lo fuera.
El problema es que, como todos intentamos disimular lo que estamos pensando en situaciones públicas- como cuando vamos en el metro-, es muy difícil adivinar qué están pensando los demás testigos. Por ello, lo más normal es que se nos pasen los minutos críticos intentando decidir qué hacemos, en lugar de reaccionar espontáneamente.
En definitiva, según estos estudios, uno no ayuda ni no cree que la situación claramente lo requiere y sólo entonces asume la responsabilidad de hacerlo. Por ejemplo, si sabes a ciencia cierta que eres el único que puede socorrer a la víctima. En estos casos se ha demostrado que un único testigo actúa mucho más rápidamente que cuando la responsabilidad se puede dividir entre más personas, al contrario de lo que la lógica nos diría, ya que serían más frente al agresor. El problema es que, como en el caso de Kitty, si dividimos la responsabilidad entre los 38 testigos de alguna de las partes del ataque (hay quien solo oyó los gritos, quien vio a alguien correr, etc.) únicamente corresponde, en un sentido matemático, menos de un 3 por 100 de la responsabilidad global por testigo.
Hasta aquí podemos entender cómo somos y por qué actuamos como lo hacemos; pero la pregunta ética es si podemos conformarnos con esta explicación o debemos exigirnos algo más. En definitiva, la ética no es una cuestión de porcentajes. ¿Es así como queremos y debemos ser o podemos ir más allá? Aunque nos cueste más, quizás si creemos que tenemos una obligación con nuestros iguales.
2. PROBLEMAS ÉTICOS.
Casos como el de Kitty nos enfrentan a un choque entre nuestro sentido de justicia, que nos inclinaría a ayudar a la víctima frente a un agresor, y el de autoprotección: no queremos convertirnos nosotros también en víctima. Igualmente, habría un choque entre riesgos y posibles daños y beneficios, es decir, entre la beneficencia hacia el otro o hacia uno mismo. Desde el punto de vista del espectador, entrarían en conflicto. El testigo siente que ayudando a Kitty, saliendo de su refugio para protegerla, se desprotege a sí mismo, se expone a ser otra víctima, a ser atacado. En cualquier caso, se presentan dos opciones claras.
- Si el vecino hubiera salido podrían haberse dado, a su vez, varias circunstancias. Una, que fuera una falsa alarma,. Y otra, que fuera alguien que necesitara ayuda de verdad. En el primer caso, si es una falsa alarma, podría deberse a una mala interpretación de unos ruidos, sin más consecuencias para el vecino. Por otro lado, también podría ser una trampa, por ejemplo, para atracarle o entrar en su casa, siendo este riesgo el que lleva a un gran número de espectadores a concluir que no merece la pena arriesgarse. Si el vecino decide salir y sí hay alguien que necesita ayuda, las consecuencias podrían haber sido: 1)conseguir salvarle la vida a Kitty, 2) que ella muriera igualmente o 3) que atacaran al vecino, no porque fuera una trampa como antes se apuntaba, sino porque el atacante estuviera merodeando, por ejemplo. Y esta es la opción que paraliza normalmente a los testigos: temen poner su vida en peligro y no tienen la seguridad de que ese riesgo sirva para salvar a la víctima.
- La segunda opción sería si el vecino decide no salir. De nuevo, si es una falsa alarma y realmente no hay nadie que necesite ayuda no pasaría nada. Si el vecino decide no salir y hay alguien que de verdad necesita ayuda, se darían dos posibles consecuencias:1) Que ella muriera porque nadie decide salir a socorrerla. 2) Que saliera otro vecino y la ayudara, de manera que es otro el que se ha arriesgado a salir a la calle a las tres de la mañana. En esta hipótesis se habría conseguido un resultado positivo sin que el primer testigo arriesgue nada.
El caso de Kitty es un claro ejemplo de lo difícil que es delimitar la responsabilidad compartida entre muchos, La conducta de sus vecinos puede sorprendernos, pero pensemos cómo actuamos en casos más cotidianos. De hecho, ocurre lo mismo cuando se trata de limpiar una cocina de un piso de 5 estudiantes o con el reciclaje. Si el resto coopera y uno no, igual que si el resto de vecinos bajara a la calle y uno no, el resultado sería positivo: la cocina estaría limpia, se conseguiría reciclar un gran porcentaje de residuos y, en el caso que nos ocupa, se podría haber salvado la vida de Kitty. Si 30, 10 0 2 de los 38 testigos hubieran salido a la calle, no se “notaría” la omisión del resto, porque las consecuencias serían positivas. Kitty habría recibido ayuda. Pero si nadie coopera porque todos dan por hecho que los otros salvarán la situación, o porque piensas que no es tu responsabilidad dado que no fuiste tú quien causó el problema inicial (no son tuyos los platos sucios de la cocina ni fuiste tú quién atacó a Kitty), al final todos salen perdiendo: la cocina queda por limpiar, no se recicla ningún residuo o, en nuestro caso, Kitty muere.
Desde un punto de vista moral, incluso si el resultado es el mismo (por ejemplo, la muerte de Kitty), parece que no es igual la responsabilidad que le damos al vecino, si hubiese intentado socorrerla, que si no lo hace, aun cuando ella hubiera muerto igualmente. La ética no es solo una cuestión de resultados, también de intenciones. Si el vecino decide no salir, habría dejado morir a alguien conscientemente. Si el vecino decide salir pero no logra reanimarla, habría intentado poner los medios para evitar ese daño, por lo que la responsabilidad sería distinta aunque la muerte se hubiera producido en los dos casos.
2.1. RESPONSABILIDAD DEL ESPECTADOR Y PREVISIÓN DE DAÑOS.
Tras exponer las diferentes acciones de los testigos y sus consecuencias, hay que analizar las cuestiones clave: la responsabilidad de los testigos y la llamada “previsión de daños”.
Respecto de la “responsabilidad del espectador” podemos hacernos las siguientes preguntas: ¿Hasta qué punto eres responsable de tus acciones, de sus consecuencias y de las derivaciones de estas? ¿Hasta dónde podemos y debemos extender la cadena de causas y efectos? El causante principal de la muerte de Kitty es el atacante. Podemos pensar que ese efecto, su muerte, es producto de un cúmulo de causas, pero ¿hasta dónde podemos exigir responsabilidades? ¿Es también corresponsable el que le vendió el cuchillo al atacante?
En el fondo se trata de si estamos obligados a prever los resultados negativos de nuestras omisiones. Es decir, ¿debemos ser capaces de imagina las consecuencias más probables de lo que decidimos hacer y de lo que dejamos que pase?
Estamos, por tanto, ante la capacidad de prever daños que sucederán en un futuro. No es lo mismo prever las consecuencias de mirar hacia otro lado, cuando alguien grita desesperadamente pidiendo ayuda que, por ejemplo, exigirle a un vendedor de cuchillos de cocina que prevea que con uno de sus cuchillos se asesinará a alguien. Este último, el vendedor, no puede prever las intenciones de dañar de un comprador, mientras que el vecino que oye una señal de peligro sí puede prever, sin mucho margen de duda, que un daño puede estar produciéndose. No podemos prever las decisiones de los otros, pero sí debemos evitar las consecuencias negativas de estas, sobre todo cuando sabemos que sí está en nuestras manos.
Por eso, es muy importante distinguir entre acciones y omisiones, entre lo que hacemos y lo que dejamos de hacer, entre matar y dejar morir. Si uno es responsable de lo que hace y de lo que deja hacer, al menos tendrá que ser consciente de las consecuencias de aquello que está dejando hacer. El problema aquí es que el vecino podría partir de una incertidumbre sobre lo ocurrido, unido al miedo a ser él también atacado.
Sin embargo, no hay que olvidar que muchas veces hay testigos de un ataque, por ejemplo en el metro, donde no hay lugar a dudas, y los testigos siguen sin reaccionar. Ante situaciones como esta la ética se plantea la mejor manera de resolver el conflicto, existiendo actualmente dos grandes corrientes.
2.2. ÉTICA DEONTOLÓGICA.
Desde Kant y la ética deontológica se apela al imperativo categórico. Es decir, hacer lo que a nosotros mismos nos gustaría que nos hicieran. Si estuviéramos en el lugar de Kitty y fuéramos la víctima, querríamos que vinieran a ayudarnos, por tanto lo correcto es ir a socorrerla. Además, si nos ponemos en el lugar de Kitty, es evidente, desde el momento en el que grita y pide ayuda, que ella desearía que alguien la socorriera.
Así, tanto si partimos de la máxima de no hacer a los demás lo que no quieres que te hagan a ti, como si entendemos que debemos evitar y reducir en lo posible los daños y el sufrimiento ajeno, parece claro que existiría una obligación moral de acudir a ayudar a la víctima y, en consecuencia, existiría una cierta responsabilidad moral si no lo hacemos, en un nivel distinto al del atacante, pero también presente.
Desde un punto de vista kantiano, siguiendo el imperativo categórico, algo sería correcto si pudiéramos universalizar esa máxima. Es correcto ayudar a Kitty si se acepta como racional que, en caso de que alguien necesite ayuda, cualquier persona que estuviera cerca debería socorrerla. No se podría universalizar la máxima de no ayudar a quien parece necesitar ayuda. Más bien sería un caso excepcional y habría que dar cuentas de por qué no se ayudó a quien lo pidió.
Al mismo tiempo, si nos pusiéramos en el lugar de Kitty o de cualquier víctima, seguramente llegaríamos a la conclusión de que en esas circunstancias querríamos que nos ayudaran. La no ayuda no pasaría la prueba de la universalización, no sería una conducta que nos parecería correcta en cualquier contexto y circunstancia. De hecho, el caso de Kitty es el ejemplo de qué pasa cuando una omisión de la ayuda se generaliza y se adopta por todas las personas presentes.
2.3. ÉTICA UTILITARISTA.
En segundo lugar, el utilitarismo plantea la solución desde otro punto de vista, llegando a las mismas conclusiones. Estamos ante un tipo de consecuencialismo que defiende que la corrección de las acciones depende de sus consecuencias, y no tanto de las intenciones. Entiende que algo es malo si implica un aumento del sufrimiento. Siguiendo ahora a Peter Stinger, si hay un contexto que implica sufrimiento en otra persona y nosotros estamos en una situación buena y podemos evitar que algo malo ocurra, sin que implique que te ocurra algo malo a ti, entonces debemos actuar para evitar el mayor número de daños y sufrimientos. Si podemos tener un impacto directo en las circunstancias de otras personas, entonces debemos actuar.
El problema aquí es que en teoría tenemos un impacto posible en todos los humanos, lo que llevaría a una parálisis, a no hacer nada por sentirnos sobrepasados. Sería, dicen algunos, una obligación imposible de cumplir así planteada, por lo exigente que resulta. Podemos pensar que tenemos una responsabilidad respecto de todos los males del mundo, pero si de hecho no podemos hacer nada para evitarlos, será una responsabilidad algo vacía. En cualquier caso, no podemos responsabilizarnos de todo lo que ocurre en cada instante sobre la Tierra, pero sí sobre lo que dejamos que ocurra en nuestro entorno inmediato.
Podemos estar de acuerdo en la responsabilidad de los cómplices, pero para ser responsable tienes que saber qué estás dejando hacer, tienes que saber cuáles serán las consecuencias más probables de tu omisión. Por eso, lo complicado de este caso es que el testigo solo conoce una parte de lo ocurrido: ha visto a alguien correr, ha oído una voz, un grito, ha escuchado jaleo, etc. Pero ninguno es testigo del suceso completo, lo que su responsabilidad dependerá también de lo que él haya sido capaz de interpretar y prever: habrá quien poniéndose en lo peor, considere que estaba en sus manos la vida de alguien y habrá quien, siendo excesivamente optimista, piense que seguramente no pasaría nada. En cualquier caso, sí tenemos la obligación de prever (o al menos de ser consciente de ) las consecuencias más inmediatas de nuestras decisiones.
Desde esta corriente, el consecuencialismo, el hecho de que se encuentren más personas en la misma situación que yo, con la misma capacidad de ayudar, no reduce mi responsabilidad particular, A pesar de que nos da la sensación de ue no todo depende de nostros, si hemos contribuido a crear ese daño o a mantenerlo, se nos podrían exigir responsabilidades porque tendríamos una obligación, que nos habríamos cumplido, de aliviar daños. Seguramente los testigos tengan un grado menor de responsabilidad que quien causa el daño (clavándole el cuchillo) y quien lo facilita (supongamos que el atacante tiene un amigo cómplice vigilando en la esquina para avisarle de que no viene ningún policía). No obstante, en la medida en que los vecinos testigos lo permiten, esto es, dado que dejan que ocurra, también tienen una responsabilidad moral: todos podrían haber actuado de otra forma, todos han contribuido en mayor o menor medida a ese resultado final ciertamente fatal.
También habría quien cuestionara nuestra libertad. Es decir, ¿realmente podríamos haber actuado de otra forma? Si los estudios de psicología social dicen que tendemos a comportarnos así, quizás no podamos luchar contra nuestra naturaleza. Sin embargo, no podemos olvidar que tenemos la capacidad de reflexionar sobre nuestras propias acciones y actitudes y el poder de decidir cambiarlas, de orientar nuestro comportamiento en una dirección o en otra, sea más o menos fácil, cómodo o agradable. Si no fuera así, no podríamos comprometernos con objetivos a largo plazo que en principios nos cuestan o van contra lo que más nos apetece en ese momento: piénsese en alguien que hace una dieta estricta, en una bailarina de ballet o en un violinista profesional.
( Cabezas. M. Dilemas Morales: entre la espada y la pared. Editorial Tecnos. Madrid. 2016)